Los tempses en que Catalonha foguet francés 

08.07.2019

Desde los orígenes del territorio que es hoy una parte de Cataluña, pasando por los tiempos de íberos y romanos, el conferenciante se trasladó al periodo visigodo y musulmán con la formación de los condados del noreste de la Hispania Citerior o Tarraconense, dependientes entonces de condes franceses feudatarios del rey cristiano francés, los cuales limitaban con la llamada Marca Hispánica o país de la frontera hispánica, expresión empleada por los anales francos entre el 821 y el 850 y por los historiadores modernos, desde P. de Marca y E. Baluze, en el siglo XVIII, para designar la antigua Hispania situada al sudeste de los Pirineos que fue reconquistada al dominio musulmán e integrada al Imperio Carolingio. 

Con los territorios conquistados a los árabes y aún quizá a los hispanos independientes del territorio, si bien no falta quien sostenga que fueron éstos los que solicitaron el auxilio de los francos para guerrear contra los invasores, realizándose la expedición de Guillermo de Tolosa y de Luís, rey de Aquitania, en tiempo de Carlomagno, la que conquistó Barcelona y dio origen a este condado, cabeza del nuevo territorio franco. 

Se nombra a Bera (801-820) conde de Barcelona, y los franco-aquitanos quisieron extender sus dominios por lo menos hasta Tortosa, llave del Ebro y punto de comunicación con Valencia. Pero fracasaron después de la conquista en 811, y de acuerdo con los árabes, quedó fijado como límite de la Marca Hispánica, de una manera definitiva, la frontera del Penedés entre las cuencas de los ríos Llobregat, en Barcelona y Gayá, en Tarragona. 

Carlomagno dio en 2 de abril de 812 un precepto o privilegio otorgado a los pobladores de la Marca la seguridad del terreno y del hogar contra las exigencias de los señores, precepto que fue confirmado en 815 y en 816 por Ludovico Pío. Al dividir éste sus Estados entre sus hijos en el año 817, correspondió a Pepino la Marca Hispánica, que fue entonces segregada de Aquitania e incorporada a la Septimania, pasando después a poder de Carlos el Calvo, quien en el año 844 confirmó los privilegios otorgados por sus antecesores. 

Se dividió la Marca Hispánica en condados según las costumbres de Aquitania o Sur de Francia. Fueron éstos, en la diócesis de Elna, los del Rosellón, Conflent y Vallespir; en la de Girona, los de Besalú, Ampurias y Girona; en la de Ausona, los de Manresa y Ausona; en la de Urgell, los de Urgell y Cerdaña, y en el de Barcelona, el del propio nombre. Los dos condados del Pirineo que se mantuvieron siempre libres del dominio sarraceno, del Pallars y del Ribagorza, no entraron en el dominio de los francos, quedando excluidos de la Marca Hispánica. No todos los condados fueron regidos por condes propios, sino que una misma persona tuvo gobierno de dos o más condados. Obedecían al conde de Barcelona, llamado asimismo marqués o señor supremo de la Marca. Desde entonces se dejó de contar por los años de la era del César, empezando el de los reinados de los reyes de Francia, que duró hasta mediados del siglo XII en tiempo de Alfonso I el Casto, hijo del conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV y de Petronila, reina de Aragón, que a raíz de un Concilio celebrado en Tarragona en 1147 se empezó a contar por los años del nacimiento de Cristo. 

A partir del año 911, Suñer I, hijo segundo del conde Wifredo el Velloso, quedó como única autoridad de los condados de Barcelona -dijo el conferenciante-, el ejército musulmán de Almanzor derrotó Barcelona el año 985, asaltándola e incendiándola, esclavizando a la población. Borrell II necesitó la ayuda de la monarquía carolingia. Después, a la muerte del rey francés Hugo Capeto, los condes suspendieron el pago del vasallaje al realmente franco. 

No fue, pues, una independencia gloriosa nacida al amparo de una victoria triunfal -comentó Donoso-, sino la conveniencia en unos momentos trágicos y dolorosos, aquella suspensión del pago de tributos del vasallaje franco, significaba una independencia de "hecho" pero no de "iure", que éste no se produciría hasta en tiempos del rey Jaime I el Conquistador,
por el tratado de Corbeil de 1258 con el rey de la corona de Aragón y Luís IX, de Francia, que implicó la renuncia por parte de Jame I de sus derechos en numerosos territorios del sur de Francia y por su parte el rey francés renunciaba a los derechos que pudiera adjudicarse como descendiente de Carlomagno, sobre los condados, ahora ya catalanes.


LA INTERVENCIÓN ULTRAPIRENAICA DE PEDRO II Y LA HERENCIA RECIBIDA POR JAIME I (1196-1213) 

Ya desde los años finales del siglo XI tanto el viejo reino aragonés como, especialmente, los condes de Barcelona intervienen activamente en el Midi francés cuyas tierras estaban divididas en numerosos condados y señoríos, desplegando una sistemática política de alianzas matrimoniales con familias nobiliarias de Occitania, o comprando directamente los derechos sucesorios (Ramón Berenguer I de Barcelona compró entre 1065 y 1070 los condados de Carcasona y de Razés). 

Los asuntos filtra pirenaicos ocuparon, pues, atención preferente para la dinastía barcelonesa, sobre todo desde que en 1112 el conde Ramón Berenguer III contrajera matrimonio con Dulce de Provenza e incorporara a la dinastía los condados de Provenza (parte marítima), Gavaldá y Millau, y el vizcondado de Carladés. Las vinculaciones con los señores languedocianos fueron continuas a lo largo del siglo XII, y así prestaron juramento de fidelidad y homenaje a Ramón Berenguer IV, el vizconde Ramón Trencavell I de Carcasona, los vizcondes de Bearn y de Olorón, o los señores de Narbona y Montpellier, fidelidad renovada en gobiernos sucesivos. 

En época de Alfonso II, primer titular de la corona aragonesa, se incorpora el condado de Provenza al morir en 1166 sin herederos Ramón Berenguer III de Provenza y se ocupa Niza en 1176. Le prestaron y renovaron fidelidad y homenaje numerosos señores languedocianos, como María, condesa de Bearn (en 1170), o el vizconde Céntulo V de Bigorra (en 1175), o el vizconde de Narbona y los señores Bernat Ato de Nimes y Roger V de Béziers (en 1178). Además, se firma un pacto por que el conde Ramón V de Tolosa -enemistado entonces con el aragonés- renunciaba a sus posibles derechos en Provenza, Gavaldá y Carladés, y Alfonso II se comprometía a pagar 31.000 marcas de plata.

Con estos antecedentes no es, pues, extraño que Pedro el Católico (1196-1213) tuviera que intervenir en los asuntos occitanos, máxime tras su matrimonio en 1204 con María de Montpellier que, como dote, aportaba el señorío de la que era titular. Además, su hermano Alfonso (1196-1209) gobernaba la Provenza, Gavaldá y Millau, y su hermana Leonor casaba en 1204 con el conde Ramón VI de Tolosa (1194-1222) con lo que cambiaba radicalmente el tradicional enfrentamiento entre la dinastía de Barcelona y la de Tolosa. 

En su testamento, Alfonzo II (+1196) volvió a separar de su reino los dominios ultrapirenaicos, que fueron cedidos a su segundo hijo Alfonso(condados de Provenza, Millan, Gavalda y Rodez). 

En Occitania se debatían complejos intereses que, inevitablemente, acabaron en un generalizado conflicto bélico. Al secular enfrentamiento del condado tolosino frente al provenzal, que enmascaraba la pugna entre la monarquía de los Capelo y la anglosajona de los Plantagenet por dominar la Francia meridional, se añadía ahora la expansión del catarismo por tierras occitanas, herejía que motivará la intervención del papa Inocencio III (1198-1216) y la cruzada antialbigense. Pedro el Católico se vio inmerso en esta vorágine de acontecimientos y asumió la defensa de los señores del Midi que le prestaban vasallaje e igualmente los intereses en la zona de la propia Corona de Aragón frente a la política anexionista de la Francia del norte. 

El asesinato en tierras tolosanas (1208) del legado pontificio, Pedro de Castelnou, precipitó los acontecimientos en la zona. El papa Inocencio III convocó a nobles y caballeros del norte de Francia a una cruzada contra los cátaros occitanos y albigenses, y que revistió caracteres de gran dureza. En efecto, en verano de 1209 los caballeros franceses incendiaron Beziers y, meses más tarde, ocuparon Carcasona y algunas fortalezas próximas. Aquel mismo año el conde Foix y el vizconde de Carcasona-Razés se entrevistan con Pedro el Católico y solicitan su apoyo militar. 

Los esfuerzos del aragonés iban encaminados a buscar una solución pacífica del conflicto: se entrevista en 1210 con los condes de Tolosa y de Foix e intenta negociar reiteradamente -sin éxito con Simón de Montfort, señor de la Isla de Francia y jefe de la cruzada (pretende incluso casar a su hijo Jaime con una hija de Simón de Montfort), y con los legados pontificios (recuérdese la conferencia de Narbona en 1211 o el envío de embajadores a Roma en 1212). La guerra era inevitable, pues la decisión del pontífice, ratificada en los concilios de St. Geli (1210) y Montpellier (1211) y Lavour (1212) pasaba no sólo por erradicar la herejía cátara sino por entregar las tierras occitanas a la monarquía de los Capelo, con el gran perjuicio que ello acarreaba a la dinastía barcelonesa. 

Pedro II, el Católico por su importante colaboración en la lucha contra los almohades en la batalla de Las Navas de Tolosa (1212), acude a tierras tolosanas en enero de 1213, en donde recibe el juramento de fidelidad del conde Ramón VI, de los de Foix y Comminges, y de Gastón de Bearn y se apresta -como señor de Occitania que era- a defender a sus súbditos y vasallos frente a los caballeros cruzados. El monarca está atrapado entre la fidelidad debida al Papa -cernía sobre su cabeza la amenaza de excomunión y sus propios intereses políticos. 

El monarca aragonés, junto a los condes de Tolosa, Foix y Comminges, se dirige en septiembre de 1213 hacia Muret, castra». ocupado por los cruzados y situado a veinticinco kilómetros al sur de Tolosa. Por su parte, Simón de Montfort junto a sus caballeros y otros venidos del norte de Francia se encamina desde Fanjeaux hacia Muret al encuentro del aragonés. La batalla campal tuvo lugar el día 13 de septiembre de aquel año, saldándose con la muerte de Pedro II en pelea contra Alain de Roucy y Flore de Ville y la derrota y fuga de sus tropas. La muerte del joven monarca que conmocionó a los propios combatientes había sido decisiva para el desenlace final de la batalla. 

Se truncaba de esta forma el viejo y pretendido sueño de la unidad occitana, y la posibilidad de lograr la consolidación de los dominios flltrapirenaicos (desde el Ródano hasta el Ebro) de la Corona de Aragón. No obstante, una rama de la dinastía barcelonesa seguirá rigiendo los destinos de Provenza hasta 1246 en que pasará, definitivamente, a la Casa de Anjou. 

Jaime I, sucesor de Pedro el Católico, aún intervendrá -como señor de Montpellier y de otros vasallos- en los asuntos occitanos, pero la realidad y la historia le llevaban hacia otros derroteros: el Levante español y la expansión por el Mediterráneo. 


BIBLIOGRAFÍA
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Con otras muchas tierras formó parte del ducado de Gascuña (nombre que parece deberse a inmigrantes vascones peninsulares en el s. VI) inserto a su vez en el reino carolingio de Aquitania, que después y como un inmenso feudo y categoría de ducado estuvo en manos de la Monarquía de Inglaterra entre 1154-1204 y 1259-1453. Alfonso VIII de Castilla, soberano legítimo de las tres provincias vascas, intentó en 1204-05 hacerse con Gascuña porque era la dote de su esposa, Leonor de Inglaterra; no sólo fracasó ante la lejana Burdeos sino que también Bayona se le resistió con éxito. 

Tan sólo en los inicios del s. XIII el rey navarro Sancho VII el Fuerte aprovechó hábilmente las circunstancias para obtener la sumisión de algunos señores ultrapirenaicos, con lo que se iniciaba el dominio formal y la integración de la luego llamada Merindad de Ultrapuertos (Baja Navarra) que permaneció en manos de la Monarquía de Pamplona y luego de la castellana y española hasta su cesión definitiva a Francia por Carlos I en 1529-30. Labourd-Lapurdi y Soule-Zuberoa no conocieron nunca una relación semejante con ningún dominio navarro o vasco hispano ni conformaron ninguna entidad común. Cuando la Asamblea Nacional de 1789, al comienzo de la gran Revolución Francesa, dividió el país en departamentos como medida fundamental para superar las rémoras históricas y los poderes de los grupos privilegiados de un Antiguo Régimen a enterrar, ambas comarcas, con la Baja Navarra (cuyos diputados sí protestaron tímidamente contra la medida) quedaron integradas en el Departamento de los Bajos Pirineos y ésa es la realidad que persiste hoy, más de dos siglos después. En ellas el vasquismo nacionalista apenas tiene un alcance puramente testimonial y -conviene mucho recordarlo- envidia sin complejos "una autonomía que es la más evolucionada de Europa", como señalaba el vasco-francés Ximún Haranne en el Aberri Eguna de 1996. Y es que la historia española ha discurrido por caminos mucho más dúctiles y respetuosos con las tradiciones y personalidades de sus gentes y sus culturas minoritarias. 

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